¿Y AHORA QUIÉN PODRÁ SALVARNOS?, preguntan las familias empresarias
Difícil es escribir una nota sobre las familias empresarias y sus empresas en tiempos de pandemia. El desafío es tratar de ser útil. Acompañar a aquellos que leen en momentos en los que a todos nos toca atravesar una situación que no tiene antecedentes, para la que nadie está preparado. Y para ello, para ayudar, es imprescindible pararse en un lugar auténtico, sincero. No ser un impostor. No prometer.
Por Mg. Sergio Messing
No es cierto que una crisis es una oportunidad. Es siempre una amenaza. Y en el ámbito de las empresas, todas, y como dicen usando la sabiduría barrial, los cadáveres se cuentan fríos. A la oportunidad, primero hay que tenerla, para después saber aprovecharla. No todos la tienen. No todos la tendrán.
Así que esta no será una nota como las anteriores. Es la primera vez en diez años que nos toca compartir este espacio rodeados de preocupación por lo que ocurre, e incertidumbre por lo que vendrá. No serán estas líneas las experiencias compartidas de un recorrido profesional prolongado, sino unas reflexiones que puedan despertar en ustedes algunas preguntas imprescindibles, y a partir de ellas, se verá, acciones posibles, a la mano, para sobrellevar este tiempo y pensar un futuro en condiciones adversas.
Una de las características de las familias empresarias es que tienen una cultura de comunicación propia, diferente a la que se presenta en las demás organizaciones, porque se fue construyendo espontáneamente a lo largo de la historia, y no deliberadamente como parte de un modelo de gestión. Cada familia empresaria se comunica a su manera, con fortalezas y limitaciones propias del proceso que las llevó hasta allí. No siguieron ningún manual. No tomaron ningún curso. No hicieron ningún plan. Nunca evaluaron los resultados. Simplemente, se comunican. Así, como les sale.
Dicho esto, es posible encontrar una serie de aspectos comunes que se presentan en la comunicación de las familias empresarias, y sobre ellos intentaremos decir algo que aporte en este contexto.
De tanto compartir, de tanto conocerse
Las familias empresarias son el reino del sobre entendido. Sus integrantes están convencidos de que muchas veces no es necesario decir nada, comunicar, porque creen que los demás saben lo que hay que hacer, saben lo que los otros piensan, y los otros saben lo que piensa uno. Y todos están convencidos de que el proceso de comunicación, el de ida y vuelta, va a ser interpretado por todos de la misma forma. Es decir, una forma de reducir la amplitud y la profundidad de la comunicación, y de deteriorar la calidad de la misma.
En tiempos de suspenso, como los que vivimos, la comunicación es un territorio que nos puede aportar mucho. Nos puede contener. Puede reducir el impacto negativo de la soledad en la que nos toca vivir, fruto de las condiciones del aislamiento social permanente y obligatorio. Comunicarse es estar en contacto. Mantener de otra manera la cercanía que antes era física, y ahora no puede ser. Es el canal para compartir lo que nos pasa. A todos, con todos, entre todos.
Las familias propietarias de empresas se encuentran frente a una realidad para la que no estaban preparadas. Tienen que gestionar la parálisis, o la actividad reducida. Tienen que tomar decisiones para resolver los problemas que el día a día le genera. Y pretenden, como todos, mirar hacia adelante y tratar de hacer planes para atravesar un futuro que no sabemos cómo será.
Como siempre ocurre, una manada de iluminados grita desde sus balcones cómo será el tiempo por venir. Tienen escrito en el agua que es lo que ocurrirá en cada caso. Fabrican recetas que dicen infalibles. Son, a mi criterio, irresponsables que piensan que los que nos llevó hasta aquí nos resolverá el futuro.
Claro que frente a esto no es sano sugerir quedarse sin hacer nada. Si es responsable que la ayuda profesional que se pueda acercar a las familias empresarias no sume riesgos y malestar, que para eso ya hay bastante. En ese marco es donde la comunicación puede tener un papel importante.
Muchas cosas no se pueden hacer.
No están dadas las condiciones. No se cuenta con los recursos. Pero comunicarse, hablar, escribir, todos podemos hacerlo y tenemos con qué. Claro que debe ser con un sentido y con cierto orden.
Las familias empresarias pueden encontrar un camino en la comunicación hacia adentro. Entre sus miembros. Compartir lo que a cada uno le pasa. La visión personal de la situación en general y de lo empresario en particular permitirá que cada uno no quede preso de lo que ve, de lo piensa, de lo que siente. Ir construyendo miradas colectivas, poniendo palabras de todos a las de cada uno, escuchando la voz de los demás al lado de la propia, ayudará a que las decisiones de cada día se tomen de la mejor manera posible.
A la informalidad de la comunicación, que es el hábito, será muy útil sumarle la formalidad de los espacios compartidos. Coordinar encuentros a través de los recursos que hoy brinda la tecnología. Reunirse de manera remota con periodicidad, con pautas, con temas a tratar. Que quien tenga que informar, tenga un espacio formal en donde hacerlo. Que quien deba consultar, también. Que quien quiera proponer, pueda concretarlo. Que la realidad de la empresa, que en tiempos de normalidad es cosa de cada uno de los familiares responsables de esas funciones, ahora sea de todos. Que, entre todos, se hagan “el aguante”.
De la misma manera, que la comunicación con el resto de las personas que trabajan junto con la familia sea más intensa y más formal. Que los familiares puedan escuchar lo que la gente tenga para decir. Sus preocupaciones, sus problemas y sus propuestas. Que los familiares puedan decir lo que entiendan necesario para llevar respaldo y compromiso a la gente que trabaja con ellos. Hacer ahora también realidad ese “nosotros” del que hablan todos los días.
Estar en contacto con los clientes y los proveedores. De manera cotidiana y sistemática. Que ellos sepan lo que le pasa a la empresa familiar y que los familiares que conducen la empresa sepan lo que a ellos les sucede. Estar cerca. Transmitir interés por el otro. Generar confianza.