El ojo del mercado, ¿nos tomamos un té o un cafecito?
Numerosos bares y confiterías de Buenos Aires brindan un excelente servicio y a un costo bastante inferior al de nuestra ciudad. Sería interesante saber por qué.
Por Leo Francis
A impulsos de la niebla en el aeropuerto Newbery (o tal vez por la falta de los elementos apropiados para sortear ese obstáculo) y a la espera de conseguir pasaje en colectivo me fui a tomar un tecito al Sheraton porteño, para distenderme lejos de ese mar de gente, carritos con equipajes y rostros desencajados.
Solamente con entrar, sentarme en ese ambiente sin estridencias ya me hizo bajar unos grados la bronca. El mozo no se hizo el distraído, ni el malhumorado. Saludó y tomó mi pedido.
– Buenas tardes ¿Prefiere un té clásico?
– Y, sí, gracias. (Supongo –pensé- que es el té con gusto a té y listo. Y de paso, no me arrancarán la cabeza).
La breve espera me permitió calibrar los detalles que conforman ese clima de estilo distendido: todas las mesas guardan distancia, todas están en perfectas condiciones, con su mantel impecable, sus flores, sus sillas cómodas; la luz tamizada, cálida.
Obviamente sin televisor
El té clásico, en vajilla de porcelana, incluía macarons y una generosa tetera de plata, suficiente para tomar las tazas que uno quisiera, no un mísero saquito. Disfruté tratando de no pensar en que al final llegaría la cuenta. Y llegó. Primero creí que faltaba un cero, pero no: $ 36 o sea treinta seis pesos argentinos. Sí.
¿Por qué es tan diferente la cosa de una ciudad a otra? Pensé. Es verdad que hay lugares con muy buena atención entre nosotros, (también los hay con mozos cansinos, lerdos y desganados, tal vez desmotivados) pero me asombró la diferencia de precio- servicio comparando con lo que se brinda habitualmente en Santa Fe.
Café la humedad
En el hotel Intercontinental también en capital federal (no creo necesario abundar en detalles de qué tipo de hotel es) pagué un café $20, sí: veinte pesos argentinos en un ambiente excelente. El mismo asombro.
Todos los que casi a diario compartimos una mesa de café sabemos cuáles son los precios de esa bebida en nuestra ciudad, que sube bastante si la vajilla es un poquito distinta o se agrega algún toquecito diferente (por ejemplo un caramelo o una diminuta galletita).
El café es por lo general compañía, pausa, relax, incluso charla de negocios. También es ideal para leer un diario o un libro en soledad. Pero en algunos sitios de Santa Fe esa pequeña magia cotidiana se quiebra cuando la bebida icónica llega a veces tibia, a veces demorada, a veces rodeada de diversos ruidos y voces de televisor y deja de ser la pausa relajada. Entonces buscamos las confiterías en que sabemos que no sucederán esos inconvenientes, y donde los (o las) mozos son solícitos, la atención diligente, el ambiente tranquilo, que los hay.
Pero aun en los mejores lugares nuestros la diferencia de precios y servicio con los porteños es casi abismal.
Google explica que en cafetería se calculan 100 cafés chicos por cada kilo en grano. El transporte hasta nuestra capital no debe ser tan oneroso, como tampoco el del té, sea en hebras o en saquitos. Ignoramos la razón de esa diferencia y por eso es esta nota.