El camino pedregoso de la economía argentina
Desde hace ya mucho tiempo la política le dice a la economía casi todo lo que tiene que hacer. Cero incentivos reales, cero resultados, o, mejor dicho, evidentes y negativos. La Argentina está atrapada en un loop que no hace otra cosa que reflejarse en la incapacidad de aumentar sostenidamente el PBI per cápita relegándonos cada vez más en la comparativa mundial y donde queda elocuente que la potencialidad no es sinónimo de riqueza y que la impotencia deriva en más pobreza.
Por Esteban A. Rugna
Después de la segunda guerra, entre varios debates que se dieron en diferentes campos entre Estados Unidos y la Unión Soviética, la economía no fue la excepción. Se le machacaba a la economía centralizada, entre otras cosas, la incapacidad de poder detectar cambios en la oferta o la demanda básicamente por la ausencia de precios. Sin embargo, cuando se miraba en profundidad el problema lo que estaba claro era que los cambios en la demanda u oferta enviaban señales y eran percibidos. En el sistema del gosplan, las fábricas contaban con una exagerada integración vertical y eran tecnológicamente inflexibles careciendo de todo tipo de incentivos. El gerente de una fábrica de zapato, podía ver que los inventarios se reducían de forma más acelerada (aumento de demanda) derivando muchas veces en la escasez (sin modificación en la oferta) pero el punto crítico no era la falta de precios, sino de incentivos para modificar la producción debido a que el gerente no recibía cambio en su ingreso; era indiferente para él aumentar o no la producción. Y acá es que vuelvo al origen del artículo; el papel de los incentivos es crucial en las decisiones de los agentes económicos. La imposición, la reglamentación, la restricción, el aumento de la complejidad no hacen más que demorar el resultado de lo que subyace en los incentivos reales. Querer cambiar el rumbo de la economía sin acompañar los incentivos es querer tocar el cielo con las manos. Es elocuente la diferenciación entre incentivos reales y artificiales: la creación de éstos últimos puede llegar a ser efectivos en el corto plazo, desviando por momentos la atención sobre lo que subyace en los primeros. Más tarde que temprano o más temprano que tarde el incentivo artificial se desvanece ante la imposibilidad de derribar el incentivo real. De estos escenarios está repleta la economía argentina debido a gobiernos mágicos y cierta clase de actores que aprovechan para rapiñar las rentas extraordinarias que se producen. Y es así como se pierde referencia de la escasez relativa de los recursos que mueve la maquinaria de las decisiones económicas derivando en la pérdida de ingreso, tiempo e instituciones postergando el desarrollo.
En las primeras clases de economía, los profesores detallan algunas enunciaciones sobre cómo definirla. Una de las más repetidas hace énfasis en la administración de recursos escasos para ilimitados fines. Los hacedores de política en la Argentina suelen generar más limitaciones a las existentes paradójicamente violando la restricción intertemporal presupuestaria. Cualquier familia o empresa puede gastar más de lo que le ingresa un cierto período de tiempo, pero en determinado momento tenderá a ser superavitario/a para ser sustentable. El Estado Argentino ha eludido dicha restricción sistemáticamente. De allí la destrucción de nuestra moneda nacional y el efecto histéresis del dólar predominante en la sociedad argentina. Inversión y ahorro van de la mano; no existe el primero si no existe el segundo. La tasa de interés real negativa no se traduce en inversión sostenible en el tiempo, sólo en catalizador de corto plazo. La economía argentina vive en un constante estado de desequilibrio y/o conflicto. La inversión es una decisión que espera cosechar beneficios en el futuro, por lo que se reduce significativamente cuando la inflación toma protagonismo. Para disminuir considerablemente la pobreza no hay soluciones mágicas. Es imperante incrementar la inversión que, según se puede apreciar en el gráfico, muestra en la Argentina un valor de entre 15% y 22% del PBI en las últimas décadas, con una línea de tendencia claramente por debajo del 20%.
Visiblemente insuficiente para un país de desarrollo intermedio con la cantidad de excluidos del sistema que tiene hoy Argentina. Las decisiones de inversión pasan a un tercer plano, puesto que predecir la inflación o conseguir el mejor hedge resultan más relevantes que ser eficientes en la producción de bienes y servicios. Las familias y las empresas pasan de una idea de optimización a otra de adaptación sin claro horizonte, donde un salto discreto de un precio puede generar grandes ganadores y perdedores. Así de injusta se vuelve la economía argentina. La pulverización de la moneda, la cual poco a poco va perdiendo sus funciones, conlleva el achicamiento de los plazos de decisión, la muerte de los mercados financieros de largo plazo y le imprime turbulencia a los mercados spot reforzando la incapacidad de la inversión de formar masa crítica necesaria para impulsar el crecimiento. Y el Estado es incapaz de suplir esa carencia dado que es el que la genera porque siempre vive pasado de rosca. El siguiente cuadro demuestra el atraso argentino en materia financiera frente a los pares latinoamericanos, muchos de ellos con un desarrollo económico considerablemente menor.
La historia económica mundial no muestra casos de éxito de países que se hayan desarrollado haciendo uso de la inflación, la tasa de interés real negativa y la pérdida de moneda. Pareciera que con la insistencia algunos lo ven posible. La genialidad de Einstein me ahorra el pensar: “Una locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”
La confianza usualmente viene caminando y se va a caballo. La deliberada recurrencia en incumplir o modificar arbitrariamente compromisos, golpean sobre la economía argentina haciendo de la confianza y expectativas dos pasivos de la economía. Los resultados a la vista: estancamiento secular, aunque con una volatilidad digna de una buena montaña rusa, que lleva décadas sumergiendo a los argentinos en la pobreza y en la poca esperanza sobre el futuro. El año pasado estudiando en Madrid, un compañero español me comentó que Argentina es el país que más defaulteó en la historia; yo lo corregí, confirmándole que es España el primero del triste ranking, la diferencia radica en que el último default de ese país fue en el siglo XIX. Sin embargo, Argentina lleva nueve defaults, de los cuales cinco fueron en los últimos 40 años. España abrazó la confianza, nosotros no paramos de facilitarle los caballos.
El fracaso de economías de estilo socialista (Cuba, Venezuela, la ex URSS) radica en el excesivo control y direccionamiento del Estado, pero también en la inexistencia de incentivos reales. En Argentina, la explicación puede venir por el querer sostener modelos económicos desequilibrados inconsistentes intertemporalmente con la creación de incentivos artificiales los cuales solo alargan y potencian el desenlace final caótico. La aparición de recurrentes cepos, defaults, congelamientos de precios, monedas señala la incapacidad de ampliar la frontera de producción y bienestar de la población derivando en conflictos permanentes, limitando siempre todo a reconfigurar la torta, pero no a expandirla. De los últimos 60 años, nos pasamos 40% en recesión. Si, 40%. Dos de cada cinco años. Es mucho. Y es poco para generar oportunidades para los argentinos.